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VIERNES, 27 ABRIL 2012

Información obtenida en http://jugandoenfamilia.blogspot.com.es/

Prácticas desaconsejadas: sentar al bebé

En condiciones normales el bebé aprende a sentarse por sí solo y a gatear casi al mismo tiempo (entre los 8-10 meses). Que uno sea antes o después que el otro no es importante, aunque ambas ocurren después de que éste sepa girarse de boca arriba a boca abajo (y viceversa); algunos también se arrastran o al menos giran sobre su ombligo (como si describiesen un círculo en el suelo).


¿Y cuáles son esas “condiciones normales” que hacen que nuestro bebé desarrolle su motricidad de forma fisiológica y armónica? Según la pediatra húngara Emmi Pikler: dejarles una completa libertad de movimiento, la cual queda asegurada por: ropa adecuada, espacio suficiente, ausencia de adiestramiento por parte del adulto y de prohibiciones y/o limitaciones(siempre que no supongan un peligro real para su integridad física).

No es lo mismo sentar al bebé a que éste se siente por sí solo. La práctica común entre los padres es sentarlo (cuando aún no lo hace por sí solo) apoyado en el sofá o rodeado de cojines para que no se vuelque. Su espalda sufre al estar colocado en una posición que su musculatura dorsal no puede soportar; es obligado a estar en una postura que no ha alcanzado por su propia voluntad y evolución por lo que su movilidad se encuentra reducida; necesita de la intervención de un adulto ya que se encuentra "clavado en un sitio", inmovilizado, reducido a una misma postura.

Erróneamente podemos pensar que para que un bebé aprenda a sentarse es necesario que lo sentemos. Nada más lejos de la realidad. Éste aprende a hacerlo por sí mismo si le dejamos la mayor parte de su tiempo sobre una superficie amplia (un suelo acolchado, por ejemplo), tendido boca arriba, con algunos juguetes interesantes a su alrededor: practicará infinidad de movimientos hasta ser capaz de voltearse, rodar, arrastrarse, sentarse, gatear, ponerse de pie y andar. Y entre cada uno de estos hitos necesitará ejercitar otra infinidad de movimientos que sólo serán posibles si se lo permitimos, si no lo colocamos en posturas inestables, si no limitamos su movilidad a espacios reducidos como hamaquitas, carritos de paseo, parquecitos, taca-tacas.


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MONTSERRAT REYES

Tolerancia frente a las frustraciones

A las madres nos gusta contarnos los logros de nuestros hijos. Es algo que no podemos evitar, basta con que se junten dos bebés desconocidos en cualquier sitio, por ejemplo, en la cola del supermercado, para que nos enfrasquemos en una conversación que tiene como origen, generalmente, alguna proeza física que alguno de los bebés está realizando en ese mismo momento. Hay un comentario que escucho muy a menudo y que siempre me sorprende: “Mi hijo nunca gateó, es un poco vago, él sólo quería ponerse de pie y andar”. Y a pesar de que el niño se lleva gratuitamente un juicio nada positivo, se suele decir con orgullo.

Los beneficios físicos, auditivos, visuales y cognitivos del gateo están ampliamente demostrados. Y para que un niño gatee es necesario que esté el mayor tiempo posible en el suelo. Si le damos esta oportunidad, debido a su instinto natural por moverse y alcanzar lo que le interesa, pasará de estar boca arriba, a rodar a boca abajo, a colocarse en cuatro patas para balancearse y finalmente gatear. Y la afirmación de esa madre que justifica que su hijo nunca quiso gatear, continúa con “es que cuando lo ponía boca abajo se enfadaba y lloraba”. Es interesante el hecho de que la mayoría de los padres lo suelen justificar de esta misma manera. Su hijo no tolera la frustración.

Sin embargo, los adultos sabemos que es eso precisamente lo que hace que avancemos. La frustración que nos provoca no tener lo que ansiamos hace que desarrollemos estrategias para conseguirlo. Somos conscientes de que si nos venimos abajo ante el sólo pensamiento de no haber alcanzado lo que deseamos, difícilmente buscaremos una solución al problema. Un bebé consigue girar de boca arriba a boca abajo porque el estar tendido todo el tiempo mirando el techo (o algún juguete colgante) ya es poco para él, quiere más, quiere explorar su entorno desde otra perspectiva. Y si cuando está boca abajo no puede sostenerse sobre los brazos o no consigue sostener erguida su cabeza, se enfada y protesta. Entonces, a nosotros nos toca apoyarlo, estar a su lado, ofrecerle estímulos adecuados para que vaya superando esa frustración y vaya entrenando esa cadena muscular que le permitirá por fin mirar de un lado al otro cuando está tendido sobre su barriga. Si ante su protesta optamos por ahorrarle el "disgusto", estamos suprimiendo el estímulo que lo haría avanzar.

Pensemos quizás qué sentimos nosotros cuando vemos a nuestro hijo “sufrir”. ¿Quizás pensamos que el sufrimiento es inútil? ¿Queremos que su infancia sea más fácil que la nuestra? Y qué sentimos ante nuestras propias frustraciones, ¿solemos vivirlas como una oportunidad para crecer o quizás nos damos la vuelta y no miramos más en esa dirección? Somos sus padres los que le enseñamos cómo afrontar las dificultades de la vida.

MONTSERRAT REYES

La importancia del suelo en el desarrollo global del bebé

En los Grupos de Juegos con padres y bebés jugamos en el suelo (en realidad sobre colchonetas finas). Todos con ropa cómoda y los bebés sin zapatos ni calcetines (éstos suelen resbalar sobre el parquet, también sobre mantas o alfombras). Sentar a nuestro hijo en la hamaquita, el carrito de paseo o en el sofá rodeado de cojines debería estar restringido a mínimos momentos durante el día más que como costumbre habitual. Alrededor de los 4 meses el suelo será su mejor aliado para escalar en su desarrollo global (no sólo físico). 

Sally Goddard (en su libro "Reflejos, aprendizaje y comportamiento") estudia la importancia de los reflejos en el desarrollo infantil. Quizás hemos observado al pediatra, en sus primeras exploraciones a nuestro recién nacido, cómo testaba sus reflejos primarios: el de Moro (el bebé abre sus brazos y manos, quizás llore, tras un estímulo repentino; poco a poco va volviendo a su posición original de flexión de brazos y manos cerradas), el palmar (el bebé queda literalmente colgado de los dedos del explorador cuando éste toca la palma de sus manos cerrándolas fuertemente)…Y varios más. Estos reflejos primarios, necesarios para la adaptación a la vida extrauterina en los primeros meses, han desaparecido alrededor de los 6-12 meses. Algunos han sido sustituidos por otros reflejos, llamados posturales.  La permanencia de alguno de ellos provocará una debilidad o inmadurez estructural en el sistema nervioso: se evidencia en problemas motores, de comportamiento, lectura, escritura, comprensión…
¿Cómo podemos los padres ayudar a que nuestro hijo tenga un desarrollo global sano y fluido, favoreciendo la normal evolución de sus reflejos? Muchas veces no se trata de “qué hacer”, sino de “qué no hacer”. Goddard dice “después del amor y la disciplina, la libertad de movimiento y la libertad de jugar son los regalos más importantes que un padre puede dar a sus hijos”. El aprendizaje del mundo comienza con su propio cuerpo. El suelo es el medio ideal,  libre de barreras, que permite al niño experimentar con su cuerpo. La frustración y los “fracasos” permiten al niño desarrollar estrategias. (1) Un bebé de 7 meses tendido boca arriba en el suelo, ve  un juguete que le interesa, quiere llegar a él, lo intenta moviendo su cuerpo para colocarse boca abajo, protesta porque aún quedó lejos y no sabe gatear, su madre le apoya (pero no le da el juguete para que “no sufra”) y quizás se lo facilita o le alienta y le ayuda a llegar a él. (2) Un bebé de 8 meses acaba de estrenar su habilidad para el gateo, pero todavía no lo controla bien y a veces sus brazos le fallan y cae hacia delante: aprendemos qué es el equilibrio gracias a las caídas. Su mamá permite que experimente con su cuerpo y si llora por el golpe, le consuela y sigue alentando a intentarlo de nuevo.
El aprendizaje ocurre en el cerebro a partir de la información que nos llega del exterior a través de los sentidos. De los sentidos cruciales para el aprendizaje, cinco comparten la percepción del movimiento como denominador común: equilibrio, tacto, visión, audición y propiocepción. “La capacidad de comprender el movimiento a través de los sentidos es el fundamento del aprendizaje”. 

MONTSERRAT REYES